Artículos de viaje
El Camino Inca a Machu Picchu
Cerca del poblado de Ollantaytambo se inicia una de las más hermosas y afamadas rutas de caminata del mundo. Conocido por viajeros de todo el globo, el Camino Inca es una suerte de viaje al pasado, donde los escenarios naturales brindan al visitante imágenes y sensaciones únicas. Un lugar donde siglos de historia labrada en la piedra aparecen ante el observador entre bosques prístinos, aguas claras y flores de una belleza extraordinaria.
El punto de partida es Qorihuayrachina, conocido también como el “kilómetro 88″ de la ruta férrea entre Cusco y Quillabamba. Los arrieros y porteadores están presentes en el lugar. La mayoría ha llegado de Chillca, un pintoresco poblado de agricultores y artesanos situado en las cercanías. Nuestras provisiones -no tan abundantes como el ánimo y las ganas de empezar la aventura- junto con el equipo de campamento, completan la carga, que es asegurada diestramente con cintas de tela y correas cuero.
Al inicio, la ruta asciende desde Llaqtapata, entre andenes sembrados de maiz y quinua. Dejamos atrás el pueblo del mismo nombre y, enfilando hacia el valle de Cusichaca, llegamos hasta Huayllabamba, último centro poblado del camino. A partir de aquí, sólo la naturaleza será nuestra acompañante. El lugar también es la última posibilidad de encontrar alimentos. El resto depende de lo que cada caminante lleve. La ruta continúa ascendiendo a través del valle de Llullucha hacia el abra de Warmiwañuska -el punto más alto del camino- a 4,200 msnm. El nombre del lugar equivale en quechua a “donde murió la mujer”, posiblemente evocando alguna leyenda local. Esta porción del Camino Inca sufrió en el pasado una intensa presión, ya que fue utilizada como ruta de comercio y contrabando por los comerciantes de los siglos XVIII y XIX.
Una vez traspuesta el abra, siempre ventosa y cubierta de amarillo ichu, el camino desciende abruptamente hasta el valle del río Pacamayo. Un típico valle abrigado, con abundante vegetación arbustiva y cactácea. Al reanudar el ascenso, el camino toma su forma definitiva y se puede apreciar con claridad la extraordinaria ingeniería inca. Un perfecto empedrado de lajas de granito blanquecino que culebrea zigzagueante entre precipicios y laderas sin fin. Durante algunas horas la ruta se pierde entre un laberinto de montañas, para finalmente descender por una pendiente de casi 1600 metros hacia el misterioso bosque de nubes.
El lugar, que permanece envuelto en una niebla perenne, se muestra tan mágico y misterioso como las elusivas criaturas que lo habitan: osos andinos, venados enanos, quetzales de altura y gallitos de las rocas. Y musgo, tanto que rodea a cuanta estructura existe en la foresta. Ramas, troncos y hasta el mismo suelo del bosque se encuentra cubierto por un abrigo húmedo y verde, la materia viva que más tarde se convertirá en el sustento de los propios árboles y donde cientos de organismos encuentran un lugar para crecer, refugiarse o cazar.
A medida que continúa la caminata a través de las empinadas montañas, el paisaje se torna cada vez más abrupto y exuberante. La densa vegetación esconde muestras exquisitas de la arquitectura incaica: Waiñay Wayna y su espectacular sistema de terrazas agrícolas, Intipata y Phuyupatamarca. Tambos y plataformas de observación sobresalen entre los helechos arbóreos y decenas de orquídeas que parecen emanar de entre las rocas pulidas.
El descenso final es rápido y nos conduce directamente hacia la ciudadela de Machu Picchu. Mientras caminamos meditamos acerca de la experiencia de haber permanecido unos días perdidos en el tiempo. A sólo unas horas por tren de la ciudad del Cusco o unos minutos por avión de Lima, pero inmersos en un mundo que pareciera querer permanecer oculto e intocado para siempre.
Tuvieron los incas la intensión deliberada de provocar tales sentimientos en los caminantes? Fue ésta una suerte de preparación espiritual para ingresar a la ciudadela fortificada?, o fue simplemente una forma de impresionar, de mostrar la grandeza del Imperio, a quien se internara a través de maravillosa ruta del Camino Inca.
Esta es una incógnita que jamás podremos descifrar. Sin embargo, mientras tanto, hay algo por lo que sí debemos luchar: preservar para la posteridad el escenario natural que inspiró a los magníficos ingenieros incas y que, aún hoy, deslumbra a quien recorre los bosques y punas del Camino Inca.
Texto: Walter Wust, viajes Pacífico.
Fotografías: turismoperu.com, shutterstock
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